La caída del Muro de Berlín y el colapso del bloque comunista dieron paso a la caída sistemática de las grandes luchas ideológicas. Estas luchas, que en muchas oportunidades y aspectos llevaron a la humanidad a enfrentamientos límite, se convirtieron en algún momento en enfrentamientos más irracionales y fanáticos, que los peores conflictos religiosos que al mundo le haya tocado vivir.
La intensidad religiosa con la que se asumieron las ideologías en gran parte del siglo XX, nos llevaron también, a hacer de sus representantes, figuras casi divinas en las que el “contigo hasta la muerte”, podría significar el reconocimiento de un tamiz casi divino alrededor de la figura de sus representantes. Es por ello, que las grandes figuras políticas de la época dejaron de ser representantes políticos, para pasar a ser una especie de semidioses, en la que el yerro y las pasiones humanas prácticamente dejaban de existir, para dar paso a seres virtuosos, en los que muchas veces, cualquier atisbo de humanidad era considerado una debilidad.
En Latinoamérica la situación fue muy similar y en muchos aspectos hasta más intensa, debido principalmente a la carga caudillista que caracteriza a la región. Lo que hizo, que los referentes políticos fueran vistos en sus respectivos países como aquellos Prometeos que venían a darle el fuego sagrado a la sociedad. Por lo que en la actualidad, ante la muerte de dichas ideologías, sus semidioses tampoco podían seguir vivos. Y la gente, en vez de proclamar salvadores de su sociedad a sus Prometeos, los ha terminado por castigar como los antiguos dioses castigaron al propio Prometeo.
Ya no son los líderes políticos aquellos hombres que se encontraban por encima de los demás, la gente ya no confía en ellos porque ya no los reconoce como distintos; la exposición mediática y la masificación de los medios de comunicación han ayudado a develar aquel manto semidivino que los impostaba. Ahora el mejor representante político es el que está más cerca de la gente porque se reconoce como uno de ellos y porque la gente lo reconoce tan igual como un simple mortal.
El mejor ejemplo de este cambio en la política, es tal vez el hombre más poderoso del mundo, y que a simple vista pareciera estar más alejado del común ciudadano, éste hombre es Barack Obama, el presidente de Estados Unidos. Quién no solo refrescó y le dio esperanza a la política mundial, sino que sobre todo, rompió con esa vieja hipocresía de decir y hacer lo políticamente correcto, y no de decir y hacer lo que realmente es correcto.
Se mostró así como un ciudadano más, que había llevado una vida de universitario, como el universitario promedio, con porros de por medio. Con preocupaciones como cualquier otro padre de familia respecto de su vida familiar, con responsabilidades tales como después de un día de intensa campaña, tener que pasar por la tienda para llevar leche a su casa. O como un trabajador más, antojado de una simple hamburguesa y yéndola a comprar en mangas de camisa. Resolviendo además problemas con una cerveza luego de un mal entendido en referencia a un tema racial.
En el siglo XXI ya no hay qué ocultar, la velocidad de la información y la cobertura mediática hacen que no quede espacio para la pose. Aquel mar que nos separaba de aquellos semidioses ha pasado a convertirse para los que todavía lo intentan mantener, en un mar de vanidades, tan insostenible como irreal.
La virtuosidad de los políticos radicará entonces en su capacidad para trabajar con los demás para los demás, en demostrar que su única gran virtud es la legitimidad que puedan tener para hacernos saber que el buen entendimiento y el desarrollo los encontramos solo en nosotros mismos, que esperar sentados a que un todo poderoso haga solo el trabajo nos llevará a nuestro fracaso. Pues es deber de la clase política representar a la sociedad para hacerla progresar, y eso solo se logrará articulando todo tipo de trabajo y proyecto con la principal riqueza de toda sociedad, de todo pueblo, que es la riqueza que se encuentra en la confianza de su gente.
La intensidad religiosa con la que se asumieron las ideologías en gran parte del siglo XX, nos llevaron también, a hacer de sus representantes, figuras casi divinas en las que el “contigo hasta la muerte”, podría significar el reconocimiento de un tamiz casi divino alrededor de la figura de sus representantes. Es por ello, que las grandes figuras políticas de la época dejaron de ser representantes políticos, para pasar a ser una especie de semidioses, en la que el yerro y las pasiones humanas prácticamente dejaban de existir, para dar paso a seres virtuosos, en los que muchas veces, cualquier atisbo de humanidad era considerado una debilidad.
En Latinoamérica la situación fue muy similar y en muchos aspectos hasta más intensa, debido principalmente a la carga caudillista que caracteriza a la región. Lo que hizo, que los referentes políticos fueran vistos en sus respectivos países como aquellos Prometeos que venían a darle el fuego sagrado a la sociedad. Por lo que en la actualidad, ante la muerte de dichas ideologías, sus semidioses tampoco podían seguir vivos. Y la gente, en vez de proclamar salvadores de su sociedad a sus Prometeos, los ha terminado por castigar como los antiguos dioses castigaron al propio Prometeo.
Ya no son los líderes políticos aquellos hombres que se encontraban por encima de los demás, la gente ya no confía en ellos porque ya no los reconoce como distintos; la exposición mediática y la masificación de los medios de comunicación han ayudado a develar aquel manto semidivino que los impostaba. Ahora el mejor representante político es el que está más cerca de la gente porque se reconoce como uno de ellos y porque la gente lo reconoce tan igual como un simple mortal.
El mejor ejemplo de este cambio en la política, es tal vez el hombre más poderoso del mundo, y que a simple vista pareciera estar más alejado del común ciudadano, éste hombre es Barack Obama, el presidente de Estados Unidos. Quién no solo refrescó y le dio esperanza a la política mundial, sino que sobre todo, rompió con esa vieja hipocresía de decir y hacer lo políticamente correcto, y no de decir y hacer lo que realmente es correcto.
Se mostró así como un ciudadano más, que había llevado una vida de universitario, como el universitario promedio, con porros de por medio. Con preocupaciones como cualquier otro padre de familia respecto de su vida familiar, con responsabilidades tales como después de un día de intensa campaña, tener que pasar por la tienda para llevar leche a su casa. O como un trabajador más, antojado de una simple hamburguesa y yéndola a comprar en mangas de camisa. Resolviendo además problemas con una cerveza luego de un mal entendido en referencia a un tema racial.
En el siglo XXI ya no hay qué ocultar, la velocidad de la información y la cobertura mediática hacen que no quede espacio para la pose. Aquel mar que nos separaba de aquellos semidioses ha pasado a convertirse para los que todavía lo intentan mantener, en un mar de vanidades, tan insostenible como irreal.
La virtuosidad de los políticos radicará entonces en su capacidad para trabajar con los demás para los demás, en demostrar que su única gran virtud es la legitimidad que puedan tener para hacernos saber que el buen entendimiento y el desarrollo los encontramos solo en nosotros mismos, que esperar sentados a que un todo poderoso haga solo el trabajo nos llevará a nuestro fracaso. Pues es deber de la clase política representar a la sociedad para hacerla progresar, y eso solo se logrará articulando todo tipo de trabajo y proyecto con la principal riqueza de toda sociedad, de todo pueblo, que es la riqueza que se encuentra en la confianza de su gente.
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